lunes, 13 de abril de 2015

Algunas de las obras más significativas de Rogier van der Weyden expuestas temporalmente en el Museo del Prado

Después de una Semana Santa ausente de publicaciones de la Sección de Arte, la redactora -es decir, yo- ha creído provechosa la idea de retomar tal actividad comentando algunas de las exposiciones visitadas en su breve escapada de vacaciones -lo hubiese hecho antes, pero durante esos días no disponía ni de ordenador ni de wifi y, en general, tampoco de mucho tiempo-. Y, así, a quien le resulte interesante, sepa que aún está a tiempo de ir a verlas.

Hoy, concretamente, dedicaremos esta entrada a la Exposición temporal sobre Rogier van der Weyden (h. 1399 - 1464) que tiene lugar en el Museo del Prado de Madrid y que estará vigente hasta el 28 de junio de 2015.

La intención aquí no es tanto hacer una crítica de la exposición -de todos modos podéis imaginar que la opinión que tengo de ella es buena, puesto que estoy difundiéndola-, sino más bien una breve presentación de la misma, acompañada de un comentario de las obras más importantes de la muestra.

<< La presente exposición será la primera [...] ocasión en que las tres [obras] - El Tríptico de Miraflores, El Descendimiento y Los Siete Sacramentos - sean exhibidas a un tiempo. Nadie, ni siquiera el propio pintor, las ha contemplado jamás juntas. Tales obras establecen el estándar sobre el que debe ser juzgada cualquier otra pintura tenida por obra de Rogier y junto a la Virgen Durán, están entre las primeras pinturas suyas que llegaron a la península >>.


 << La muestra presenta [...] un gran número de obras de discípulos, colaboradores y seguidores que trabajaron a la sombra de su influencia [...]. Se trata de tapices, dibujos, tallas en madera o esculturas en alabastro con el denominador común de tener al artista como último punto de inspiración, ya sea como copia directa, traducción de sus diseños o plasmación de sus ideales estéticos. Son obras realizadas por artistas coetáneos o ligeramente posteriores >>.


Rogier van der Weyden o Rogelet de la Pasture se inscribe dentro de la primera generación de los llamados Primitivos Flamencos, junto con el Maître de Flémalle (Robert Campin) y los hermanos Hubert  y Jan Van Eyck, siendo nuestro autor el más joven de todos éstos, sin dejar de ser contemporáneo a ellos.

El Calvario (h.1457-64), Van der Weyden
Estos pintores estuvieron activos durante la primera mitad del siglo XV, época en la que, simultáneamente, estaba teniendo lugar en Italia el Renacimiento. Pese a que en un principio, ambos fenómenos artísticos no tuvieron mucho contacto entre sí, más adelante, con los pintores de la segunda generación, la pintura flamenca empezó a dar muestras de la influencia italiana. Sin embargo, no hay que olvidar que en un primer momento, el Renacimiento florentino fue un fenómeno de minorías, mientras que, por las mismas fechas, la pintura flamenca gozaba ya de gran recepción y reconocimiento en Europa.

También hay que recordar que por aquellos tiempos y en aquella geografía, tuvo una gran resonancia -inclusive en el mundo del arte- el movimiento religioso de la Devotio Moderna, iniciado por Gerard Groote. Esta corriente pretendía acercar la práctica religiosa al creyente; hacerla más popular y próxima, al tiempo que más emotiva y sentimental. Promulgaba pues, una devoción sentimental y para ello intentaba acercar la vida de Cristo a la del cristiano. En términos artísticos, esto se traduce, por un lado, en un mayor interés hacia las pinturas dedicadas a la Pasión de Cristo, con las que mejor se lograba conmover al espectador, y, por otro, en dotar las representaciones de la vida de Cristo de un carácter casi cotidiano, haciéndolas más familiares y cercanas al creyente, de manera que pudiesen llegarle más fácil y rápidamente.

En lo que respecta a los aspectos considerados característicos de las obras de los Primitivos Flamencos, podemos destacar la técnica de la pintura al óleo sobre madera. Ya en la Antigüedad se tenía conocimiento de esta técnica, mas no fue hasta el siglo XV, que dichos artistas se interesaron por ella verdaderamente, desarrollándola hasta llevarla a un grado de perfección y domino no logrado hasta el momento. Otra rasgo definitorio de esta pintura es la conjugación de realismo y simbolismo. Si bien algunos autores han querido desmentir la supuesta lectura simbólica planteada principalmente por Panofsky, la mayoría de historiadores del arte la defienden -más allá de las posibles controversias que puedan darse luego sobre cuál es concretamente el mensaje que se oculta bajo el velo de realismo en cada uno de los objetos-. Y, en última instancia, cabría citar como otra gran particularidad de esta pintura, la representación de temas sagrados en un contexto cotidiano, a menudo en interiores domésticos -aunque los cuadros que vamos a comentar a continuación no sean precisamente los mejores ejemplos para este último punto-.

Virgen Durán (h.1435-38), Van der Weyden
En cuanto al estilo de Rogier van der Weyden, es preciso mencionar el alto parecido con la obra de Robert Campin, pues se sabe que Van der Weyden entró en su taller junto con Jacques Daret en 1427 y, en el que permaneció hasta 1430. Si bien se ha considerado esta estancia demasiado breve para pretender ser la de formación y entendiéndola más bien como un mero requisito acreditativo para, así, luego poder entrar a formar parte del gremio de pintores de la ciudad, la influencia de este maestro es indiscutible, cosa que se demuestra aún hoy en día con las atribuciones de obras, pues muchas de las primeramente consideradas obras de Campin han pasado posteriormente a atribuirse a Van der Weyden y viceversa. Esta confusión de autorías se debe, en parte, a que no tenemos ninguna pintura firmada por Van der Weyden. Sabemos que en tanto que pintor oficial de la ciudad de Bruselas -cargo que le fue concedido en 1436-, sí firmó las pinturas realizadas para el Ayuntamiento de dicha ciudad, sin embargo éstas se perdieron en el incendio, dejándonos en la actualidad sin ninguna obra suya en la que aparezca su signatura. 


Entre otros rasgos característicos de las pinturas de Van der Weyden, podemos destacar su interés por la figura humana y por el drama de los sentimientos humanos, y aquí sí podríamos mencionar tal vez como mayor o al menos buen exponente, El Descendimiento del Prado. Asimismo, una de sus cualidades fue el saber asimilar y aplicar los conocimientos que se estaban dando en aquel momento en manos otros grandes maestros. Un ejemplo de ello es el tratamiento de la luz que Van der Weyden supo heredar de Jan van Eyck. Otro aspecto que le caracteriza y difiere de Campin y Van Eyck, es la manera de pintar a la Virgen, pues si el primero le confiere un aire más popular y el segundo más mayestático, Van der Weyden las estiliza y las dota de unos rostros más pequeños, creando un tipo. De hecho, la fama y reconocimiento que en vida obtuvo nuestro artista, se debe, en parte, a la creación de unos tipos y unos modelos que tuvieron una gran acogida y demanda, así como también una gran repercusión. Esto último explica el gran número de obras salidas de su taller -el cual continuo vigente incluso después la defunción del maestro- y la cantidad de seguidores y versiones que generaron sus pinturas.



  • El Descendimiento (anterior al 1443), Museo del Prado, Madrid:


Dentro de la producción de Rogier van der Weyden, a esta tabla se la ha de situar en la etapa en la que los vínculos con Robert Campin eran más intensos.

La obra fue pintada por encargo del gremio de ballesteros de la ciudad con el fin de decorar una de las capillas de la iglesia de Santa María Extramuros de Lovaina. Ésta, en seguida despertó una gran admiración y ya desde el siglo XVI fue objeto de múltiples copias. Tal fue su éxito que la propia María de Hungría decidió quedársela y encargar una reproducción para que substituyese a la que originalmente debía permanecer en la iglesia.


Se ha dicho que, el peculiar formato del cuadro responde a la voluntad de simular una caja de madera y que esta impresión tan corpórea de los volúmenes de las figuras representadas en su interior pretendería ser un homenaje a la escultura pintada. Asimismo, es loable la capacidad de Van der Weyden de generar la sensación de profundidad y dinamismo solamente con la composición de las figuras, sin servirse de paisaje alguno. La sensación de sacralidad y de drama se hace indudablemente perceptible. 

Son dos las referencias encontradas dentro del cuadro al gremio de ballesteros. Por un lado, las tracerías de los ángulos de la caja y por otro, las posiciones de los cuerpos de la Virgen María y Cristo. En ambos casos, se estaría evocando la forma de una ballesta.

En lo que respecta a los personajes, encontramos a las tres Marías que lloran la muerte de Cristo, la que se enjuaga las lágrimas con el tocado, la que ayuda a San Juan Evangelista a sostener a la Virgen y a María Magdalena, que se encuentra en el otro extremo del cuadro y que, junto a San Juan, está cerrando la composición formada por el grupo de figuras. Los personajes que sujetan a Cristo son Nicodemo y José de Arimatea, que son quienes pidieron permiso para enterrar su cuerpo. Por encima de ellos se encuentra un joven que está ayudando a bajar el cuerpo de Jesús de la Cruz. Al fondo, entre José de Arimatea y María Magdalena se encuentra un último persona, por el momento desconocido. La aparición de San Juan Evangelista y María en el momento del descendimiento de Cristo no aparece en el texto evangélico pero su representación es habitual en las pinturas de los Primitivos Flamencos. Y por último y bajo estos dos personajes, se encuentra la calavera de Adán y un poco más apartados de ésta, se hallan igualmente algunos de sus huesos esparcidos.

El centro temático del cuadro al que se dirige la mirada del espectador no se encuentra en el descendimiento propiamente, sino en las manos de Cristo y la Virgen, pues ambas, así como sus cuerpos, se encuentran totalmente paralelas, con la diferencia simbólica de que, mientras que a Cristo se le está bajando para enterrarlo, a María se la está subiendo, intentándola reanimar de su desmayo. 

La obra estaría, pues, rememorando al mismo tiempo la muerte de Cristo y el dolor de la Virgen; la pasión compartida de la madre y el hijo, uniendo el tema del descendimiento y entierro de Cristo con el lamento de la Virgen.



  • Tríptico de los Siete Sacramentos (h.1450), Koninklijk Museum voor Schone Kunsten, Amberes:

El tríptico de los Siete Sacramentos es también conocido como el Tríptico Chevrot, nombre que proviene del comitente que encargó la obra, el obispo de Tournai, que al parecer -y de ahí el tema del cuadro- fue muy devoto de los sacramentos. De hecho, en las enjutas pueden verse tanto el escudo de la ciudad de Tournai como el del obispo Chevrot.

Van der Weyden juega aquí con el propio formato, haciendo que cada tabla del tríptico sea a su vez una nave de la iglesia, aprovechando la central para introducir una gran Crucifixión, en cuyos pies vuelven a aparecer San Juan, la Virgen y las tres Marías. En la tabla de la izquierda se representan el Bautismo, la Confirmación y la Confesión. En tabla del centro y detrás de la crucifixión, aparece el sacramento más importante de todos que vendría a ser el de la Eucaristía y, por último, en la de la derecha, se encuentran la Extremaunción, el Matrimonio y la Ordenación de los sacerdotes. Cada una de estas representaciones de los siete sacramentos está acompañada de un ángel con una filacteria.

  •  Tríptico de Miraflores (anterior a 1445), Gemäldegalerie, Staatliche Museum zu Berlin, Berlín:

Esta obra fue un encargo de Philippe Le Beau (Felipe el Hermoso) para Isabel la Católica, con motivo de guarnecer la Cartuja de Miraflores y de aquí el nombre del tríptico.

Una de las novedades que presenta esta obra de Van der Weyden es el marco ficticio que acompaña al marco real, el cual encontraremos en otras pinturas del artista, así como en otros pintores de la segunda generación de los Primitivos Flamencos. Este marco, es al mismo tiempo un recurso espacial e iconográfico, pues en sus arquivoltas se está aprovechando para inserir imágenes relacionadas con la vida de la Virgen y la infancia de Cristo. En el caso de la tabla central y derecha, el espacio de las escenas no solamente se abre por delante mediante el arco, sino también por detrás, con el paisaje. 

La tabla de la derecha está representando el nacimiento de Cristo y la Sagrada Familia, en la que se observa a un San José entrado en años que, juntamente con el manto blanco de María, podría estar reforzando el mensaje de pureza, virtud y virginalidad de la misma. En el pintura del centro vemos la Piedad, evocando la muerte de Jesús, con San Juan sujetando a la Virgen, quien a su vez sostiene en sus brazos en cuerpo inerte de su hijo y detrás de ambos,  un tercer personaje que por el momento nos es desconocido. El rojo del vestido de María estaría haciendo referencia igualmente a la Pasión. En tabla de la derecha se está aludiendo a la Resurección, pues en el paisaje del fondo vemos a un Cristo de pie sobre su propia sepultura y en el primer término, la aparición del mismo frente a la Virgen, tema por lo general muy poco representado. Aquí la vestimenta azul de María estaría relacionándose igualmente con la espiritualidad.

Por último, para quién esté interesado, le dejo aquí un enlace sobre la Conferencia "Pasado y presente de la obra de Rogier van der Weyden en el Museo Nacional del Prado" en motivo de esta exposición.

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